Después de hacer la Revolución Rusa, de terminar con las diferencias de clases sociales, y dedicar su vida entera al comunismo, Lenin finalmente murió. Por ateo y por haber perseguido a los religiosos, termina siendo condenado al infierno.
Al llegar allí, descubre que la situación es peor que en la Tierra: los condenados son sometidos a sufrimientos increíbles, no hay alimentos para todos, los demonios están desorganizados, Satanás se comporta como un rey absoluto -sin ningún respeto por sus empleados o por las almas castigadas que sufren el suplicio eterno.
Lenin, indignado, se rebela contra la situación: organiza marchas, hace protestas, crea sindicatos para los diablos descontentos, promueve rebeliones. En poco tiempo, el infierno está patas para arriba: nadie respeta más la autoridad de Satanás, los demonios piden aumento de salarios, las sesiones de suplicio no se llevan a cabo, los encargados de mantener encendidas las hogueras hacen huelga.
Satanás ya no sabe qué hacer: ¿cómo va a seguir funcionando su reino, si ese rebelde está subvirtiendo todas las leyes? Intenta encontrarse con él, pero Lenin, alegando que él no habla con opresores, le envía un recado a través de un comité popular, diciendo que no reconoce la autoridad del Jefe Supremo.
Desesperado, Satanás va al cielo a conversar con San Pedro.
-¿Se acuerdan ustedes de ese sujeto que hizo la revolución rusa? -dijo Satanás.
-Lo recordamos muy bien -respondió San Pedro. -Comunista. Odiaba la religión.
-Es un buen hombre -insiste Satanás. -Aunque tenga sus pecados, no merece el infierno; ¡al final, trató de luchar por un mundo más justo! En mi opinión, él tendría que estar en el cielo.
San Pedro reflexionó unos momentos.
-Me parece que tiene usted razón -dijo finalmente. -Todos tenemos nuestros pecados, y yo mismo llegué a negar a Cristo tres veces. Mándelo para acá.
Loco de contento, Satanás vuelve a su casa, y envía a Lenin directamente al cielo. En seguida, con mano de hierro y alguna violencia, termina con los sindicatos de demonios, disuelve el comité de almas descontentas, prohíbe las asambleas y las manifestaciones de condenados.
El infierno vuelve a ser el famoso lugar de tormentos que siempre atemorizó a los hombres. Loco de alegría, Satanás se pone a imaginar lo que debe estar ocurriendo en el cielo.
"¡En cualquier momento aparece San Pedro golpeando la puerta, pidiendo que Lenin regrese!" -rió para sus adentros. "¡Ese comunista debe haber transformado el paraíso en un lugar insoportable!"
Pasa el primer mes, pasa un año entero, y ninguna noticia del cielo. Muerto de curiosidad, Satanás decide ir hasta allá para ver qué está sucediendo.
Encuentra a San Pedro en la puerta del paraíso.
-¿Y cómo van las cosas por aquí? -pregunta.
-Muy bien -responde San Pedro.
-¿Pero está todo en orden?
-¡Claro! ¿Por qué no habría de estarlo?
"Este tipo debe estar fingiendo", piensa Satanás. "Va a querer mandarme a Lenin de vuelta".
-Escucha, San Pedro, ¿ese comunista que te mandé, se ha portado bien?
-¡Muy bien!
-¿No hubo anarquía?
-Por el contrario. Los ángeles son más libres que nunca, las almas hacen lo que les viene en gana, los santos pueden entrar y salir sin marcar horario.
-Y Dios, ¿no protesta por este exceso de libertad?
San Pedro mira, con un poco de lástima, al pobre diablo que tiene delante.
-¿Dios? Camarada, ¡Dios no existe!
Wednesday, March 31, 2010
HISTORIA VERIDICA, Julio Cortázar
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con
las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan
muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido
vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y
adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de
curarse en salud.
Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan
muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido
vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y
adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de
curarse en salud.
Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Friday, March 26, 2010
Conciencia breve
Iván Eguez ,de Ecuador
Esta mañana Claudia y yo salimos, como siempre, rumbo a nuestros empleos en el cochecito que mis padres nos regalaron hace diez años por nuestra boda. A poco sentí un cuerpo extraño junto a los pedales. ¿Una cartera? ¿Un ...?. De golpe recordé que anoche fui a dejar a María a casa y el besito candoroso de siempre en las mejillas se nos corrió, sin pensarlo, a la comisura de los labios, al cuello, a los hombros, a la palanca de cambios, al corset, al asiento reclinable, en fin.
Estás distraído, me dijo Claudia cuando casi me paso el semáforo. Después siguió mascullando algo pero yo ya no la atendía. Me sudaban las manos y sentí que el pie, desesperadamente, quería transmitir el don del tacto a la suela de mi zapato para saber exactamente qué era aquello, para aprehenderlo sin que ella notara nada. Finalmente logré pasar el objeto desde el lado del acelerador hasta el lado del embrague.
Lo empujé hacia la puerta con el ánimo de abrirla en forma sincronizada para botar eso a la calle. Pese a las maromas que hice, me fue imposible. Decidí entonces distraer a Claudia y tomar aquello con la mano para lanzarlo por la ventana. Pero Claudia estaba arrimada a su puerta, prácticamente virada hacia mí.
Comencé a desesperar. Aumenté la velocidad y a poco vi por el retrovisor un carro de la policía. Creí conveniente acelerar para separarme de la patrulla policial pues si veían que eso salía por la ventanilla podían imaginarse cualquier cosa. -¿Por qué corres? Me inquirió Claudia, al tiempo que se acomodaba de frente como quien empieza a presentir un choque.
Vi que la policía quedaba atrás por lo menos con una cuadra. Entonces aprovechando que entrábamos al redondel le dije a Claudia saca la mano que voy a virar a la derecha. Mientras lo hizo, tomé el cuerpo entraño: era un zapato leve, de tirillas azules y taco alto. Sin pensar dos veces lo tiré por la ventanilla. Bordeé ufano el redondel, sentí ganas de gritar, de bajarme para aplaudirme, para festejar mi hazaña, pero me quedé helado viendo en el retrovisor nuevamente a la policía.
Me pareció que se detenían, que recogían el zapato, que me hacían señas. -¿Qué te pasa? me preguntó Claudia con su voz ingenua. -No sé, le dije, esos uniformados son capaces de todo. Pero el patrullero curvó y yo seguí recto hacia el estacionamiento de la empresa donde trabaja Claudia. Atrás de nosotros frenó un taxi haciendo chirriar los neumáticos. Era otra atrasada, una de esas que se terminan de maquillar en el taxi. -Chao amor, me dijo Claudia, mientras con su piececito juguetón buscaba inútilmente su zapato de tirillas azules.
Esta mañana Claudia y yo salimos, como siempre, rumbo a nuestros empleos en el cochecito que mis padres nos regalaron hace diez años por nuestra boda. A poco sentí un cuerpo extraño junto a los pedales. ¿Una cartera? ¿Un ...?. De golpe recordé que anoche fui a dejar a María a casa y el besito candoroso de siempre en las mejillas se nos corrió, sin pensarlo, a la comisura de los labios, al cuello, a los hombros, a la palanca de cambios, al corset, al asiento reclinable, en fin.
Estás distraído, me dijo Claudia cuando casi me paso el semáforo. Después siguió mascullando algo pero yo ya no la atendía. Me sudaban las manos y sentí que el pie, desesperadamente, quería transmitir el don del tacto a la suela de mi zapato para saber exactamente qué era aquello, para aprehenderlo sin que ella notara nada. Finalmente logré pasar el objeto desde el lado del acelerador hasta el lado del embrague.
Lo empujé hacia la puerta con el ánimo de abrirla en forma sincronizada para botar eso a la calle. Pese a las maromas que hice, me fue imposible. Decidí entonces distraer a Claudia y tomar aquello con la mano para lanzarlo por la ventana. Pero Claudia estaba arrimada a su puerta, prácticamente virada hacia mí.
Comencé a desesperar. Aumenté la velocidad y a poco vi por el retrovisor un carro de la policía. Creí conveniente acelerar para separarme de la patrulla policial pues si veían que eso salía por la ventanilla podían imaginarse cualquier cosa. -¿Por qué corres? Me inquirió Claudia, al tiempo que se acomodaba de frente como quien empieza a presentir un choque.
Vi que la policía quedaba atrás por lo menos con una cuadra. Entonces aprovechando que entrábamos al redondel le dije a Claudia saca la mano que voy a virar a la derecha. Mientras lo hizo, tomé el cuerpo entraño: era un zapato leve, de tirillas azules y taco alto. Sin pensar dos veces lo tiré por la ventanilla. Bordeé ufano el redondel, sentí ganas de gritar, de bajarme para aplaudirme, para festejar mi hazaña, pero me quedé helado viendo en el retrovisor nuevamente a la policía.
Me pareció que se detenían, que recogían el zapato, que me hacían señas. -¿Qué te pasa? me preguntó Claudia con su voz ingenua. -No sé, le dije, esos uniformados son capaces de todo. Pero el patrullero curvó y yo seguí recto hacia el estacionamiento de la empresa donde trabaja Claudia. Atrás de nosotros frenó un taxi haciendo chirriar los neumáticos. Era otra atrasada, una de esas que se terminan de maquillar en el taxi. -Chao amor, me dijo Claudia, mientras con su piececito juguetón buscaba inútilmente su zapato de tirillas azules.
LA MOSCA MUERTA
Claudia Lama Andonie – Barranquilla, COLOMBIA
No sé a ciencia cierta por qué razón Ana, la profesora de matemáticas, me tenía tanto fastidio en el séptimo grado y aprovechaba cualquier oportunidad para hacerme más complicado el asunto de estudiar. En alguna clase, mirándome como depredador ansioso de presa, recuerdo vagamente haberla escuchado decir que ella no se confiaba mucho en esas que parecían no matar ni una mosca. Quizá haya allí una pista, un indicio para justificar su inexplicable molestia hacía mí. Vaya a saber de qué recuerdos suyos venía a ser víctima yo, que no era más que una muchachita taciturna, totalmente inofensiva. Tan inofensiva era que resulté, sin proponérmelo, llenando sus expectativas.
Aquella mañana, acabando ya el año escolar, terminé antes que los demás el examen final de matemáticas. No recuerdo sentirme especialmente orgullosa por ello. De todas formas, debía permanecer en mi puesto hasta que Ana anunciara que se había cumplido el tiempo del examen. Totalmente ensimismada, fantaseando inofensivamente con las mil y una posibilidades de camuflar un machete (mi cobardía no me permitía más que fantasear), no me di cuenta que abría y cerraba mi pañuelo blanco, imaginándome, casi babeando, lo excelente que sería para tales fines (de alguna manera debía matar el tiempo). Absorta en mis fabulaciones, me sorprendió Ana con un furioso y aterrador: ¡Abra el pañuelo!
Di un brinco en la silla y enseguida quedé estupefacta. Sospecho que a muchos de mis compañeros les sucedió igual. Se habían roto la concentración, el silencio y el tiempo, para dar paso a una prueba de honestidad.
¡Que abra el pañuelo!, repetía Ana energúmena e impaciente mientras yo me negaba, apretándolo entre mis manos, repitiendo tímidamente: pero, pero, pero... Ella pensó, quizá, haber pillado por fin a la mosca muerta, haber encontrado la oportunidad para desenmascararme, para confirmar, ante toda la clase, sus sospechas sobre mí. Yo solo pensaba en la vergüenza a que estaba a punto de exponerse. ¡Que abra el pañuelo!, insistió una vez más Ana.
Lo abrí, mostrándolo en alto, de lado y lado. No había más que mocos. No sé qué hicieron mis compañeros, pues estaba muy aterrada como para ponerles atención. La depredadora no dijo nada, encogió los hombros y volvió a su escritorio, víctima de sí misma. Envolví mi pañuelo y me quedé muy quieta, como una mosca muerta, hasta el final del examen.
No sé a ciencia cierta por qué razón Ana, la profesora de matemáticas, me tenía tanto fastidio en el séptimo grado y aprovechaba cualquier oportunidad para hacerme más complicado el asunto de estudiar. En alguna clase, mirándome como depredador ansioso de presa, recuerdo vagamente haberla escuchado decir que ella no se confiaba mucho en esas que parecían no matar ni una mosca. Quizá haya allí una pista, un indicio para justificar su inexplicable molestia hacía mí. Vaya a saber de qué recuerdos suyos venía a ser víctima yo, que no era más que una muchachita taciturna, totalmente inofensiva. Tan inofensiva era que resulté, sin proponérmelo, llenando sus expectativas.
Aquella mañana, acabando ya el año escolar, terminé antes que los demás el examen final de matemáticas. No recuerdo sentirme especialmente orgullosa por ello. De todas formas, debía permanecer en mi puesto hasta que Ana anunciara que se había cumplido el tiempo del examen. Totalmente ensimismada, fantaseando inofensivamente con las mil y una posibilidades de camuflar un machete (mi cobardía no me permitía más que fantasear), no me di cuenta que abría y cerraba mi pañuelo blanco, imaginándome, casi babeando, lo excelente que sería para tales fines (de alguna manera debía matar el tiempo). Absorta en mis fabulaciones, me sorprendió Ana con un furioso y aterrador: ¡Abra el pañuelo!
Di un brinco en la silla y enseguida quedé estupefacta. Sospecho que a muchos de mis compañeros les sucedió igual. Se habían roto la concentración, el silencio y el tiempo, para dar paso a una prueba de honestidad.
¡Que abra el pañuelo!, repetía Ana energúmena e impaciente mientras yo me negaba, apretándolo entre mis manos, repitiendo tímidamente: pero, pero, pero... Ella pensó, quizá, haber pillado por fin a la mosca muerta, haber encontrado la oportunidad para desenmascararme, para confirmar, ante toda la clase, sus sospechas sobre mí. Yo solo pensaba en la vergüenza a que estaba a punto de exponerse. ¡Que abra el pañuelo!, insistió una vez más Ana.
Lo abrí, mostrándolo en alto, de lado y lado. No había más que mocos. No sé qué hicieron mis compañeros, pues estaba muy aterrada como para ponerles atención. La depredadora no dijo nada, encogió los hombros y volvió a su escritorio, víctima de sí misma. Envolví mi pañuelo y me quedé muy quieta, como una mosca muerta, hasta el final del examen.
Monday, March 22, 2010
LA PEQUEÑA FINCA Y LA VACA
Autor : Paulo Coelho
Un filósofo paseaba por el bosque con un discípulo, conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que tenemos delante nos brinda la oportunidad de aprender o de enseñar.
En ese momento, cruzaban la entrada de una finca que, a pesar de estar muy bien ubicada, tenía una apariencia miserable.
-Mire este lugar -comentó el discípulo. -Tiene usted razón: acabo de aprender que mucha gente está en el Paraíso pero no se da cuenta, y continúa viviendo en condiciones miserables.
-Dije aprender y enseñar -le explicó el maestro. -Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas.
Llamaron a la puerta, y fueron recibidos por los habitantes: un matrimonio y tres hijos, con las ropas rasgadas y sucias.
-Está usted en medio de este bosque, y no hay ningún comercio en los alrededores -le dijo el maestro al padre de familia. -¿Cómo hacen para sobrevivir aquí?
El señor, muy tranquilo, le respondió: amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto lo vendemos o lo cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimentos; con la parte que nos queda producimos queso, manteca, para consumo nuestro. Y así vamos subsistiendo.
El filósofo agradeció la información, contempló el lugar por unos momentos, y se fue. En medio del camino, le dijo al discípulo:
-Busca la vaca, llévala al precipicio allí enfrente, y arrójala al vacío.
-¡Pero es el único medio de sustento de la familia!
El filósofo permaneció callado. Al no tener otra alternativa, el joven hizo lo que se le pedía, y la vaca murió con la caída.
La escena quedó grabada en la memoria del discípulo. Después de muchos años, cuando ya era un empresario de éxito, decidió volver al mismo lugar, contarle todo a la familia, pedir perdón, y ayudarlos financieramente.
Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en un sitio bello, con árboles floridos, un auto en el garaje, y algunos niños jugando en el jardín. Sintió gran desesperación, al imaginar que la familia humilde había tenido que vender la finca para sobrevivir. Le abrieron el paso, y fue recibido por un hombre muy simpático.
-¿Qué pasó con la familia que vivía aquí hace diez años? -preguntó.
-Siguen siendo los dueños del lugar -fue la respuesta.
Sorprendido, entró corriendo a la casa, y el dueño lo reconoció. Preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba por demás ansioso por saber cómo habían conseguido mejorar la finca, y arreglárselas tan bien en la vida:
-Bueno, nosotros teníamos una vaca, pero cayó a un precipicio y murió -dijo el señor. -Entonces, para poder alimentar a mi familia, tuve que plantar hierbas y legumbres. Las plantas demoraban en crecer, así que comencé a cortar madera para vender. Al hacerlo, tuve que replantar los árboles, y me ví en la necesidad de comprar plantas.
Al comprar plantas, pensé en la ropa de mis hijos, y se me ocurrió que tal vez pudiera cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, ya estaba exportando legumbres, algodón, hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta del terreno fértil que tenía aquí: ¡ resultó bueno que la vaquita muriera!
Entonces el discípulo, ahora empresario de éxito, recordó las sabias palabras del filósofo: “Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas”.
Un filósofo paseaba por el bosque con un discípulo, conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que tenemos delante nos brinda la oportunidad de aprender o de enseñar.
En ese momento, cruzaban la entrada de una finca que, a pesar de estar muy bien ubicada, tenía una apariencia miserable.
-Mire este lugar -comentó el discípulo. -Tiene usted razón: acabo de aprender que mucha gente está en el Paraíso pero no se da cuenta, y continúa viviendo en condiciones miserables.
-Dije aprender y enseñar -le explicó el maestro. -Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas.
Llamaron a la puerta, y fueron recibidos por los habitantes: un matrimonio y tres hijos, con las ropas rasgadas y sucias.
-Está usted en medio de este bosque, y no hay ningún comercio en los alrededores -le dijo el maestro al padre de familia. -¿Cómo hacen para sobrevivir aquí?
El señor, muy tranquilo, le respondió: amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto lo vendemos o lo cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimentos; con la parte que nos queda producimos queso, manteca, para consumo nuestro. Y así vamos subsistiendo.
El filósofo agradeció la información, contempló el lugar por unos momentos, y se fue. En medio del camino, le dijo al discípulo:
-Busca la vaca, llévala al precipicio allí enfrente, y arrójala al vacío.
-¡Pero es el único medio de sustento de la familia!
El filósofo permaneció callado. Al no tener otra alternativa, el joven hizo lo que se le pedía, y la vaca murió con la caída.
La escena quedó grabada en la memoria del discípulo. Después de muchos años, cuando ya era un empresario de éxito, decidió volver al mismo lugar, contarle todo a la familia, pedir perdón, y ayudarlos financieramente.
Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en un sitio bello, con árboles floridos, un auto en el garaje, y algunos niños jugando en el jardín. Sintió gran desesperación, al imaginar que la familia humilde había tenido que vender la finca para sobrevivir. Le abrieron el paso, y fue recibido por un hombre muy simpático.
-¿Qué pasó con la familia que vivía aquí hace diez años? -preguntó.
-Siguen siendo los dueños del lugar -fue la respuesta.
Sorprendido, entró corriendo a la casa, y el dueño lo reconoció. Preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba por demás ansioso por saber cómo habían conseguido mejorar la finca, y arreglárselas tan bien en la vida:
-Bueno, nosotros teníamos una vaca, pero cayó a un precipicio y murió -dijo el señor. -Entonces, para poder alimentar a mi familia, tuve que plantar hierbas y legumbres. Las plantas demoraban en crecer, así que comencé a cortar madera para vender. Al hacerlo, tuve que replantar los árboles, y me ví en la necesidad de comprar plantas.
Al comprar plantas, pensé en la ropa de mis hijos, y se me ocurrió que tal vez pudiera cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, ya estaba exportando legumbres, algodón, hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta del terreno fértil que tenía aquí: ¡ resultó bueno que la vaquita muriera!
Entonces el discípulo, ahora empresario de éxito, recordó las sabias palabras del filósofo: “Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas”.
Algo muy grave va a suceder en este pueblo
Autor: Gabriel García Márquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que
tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y
tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y
ella les responde:”No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas
que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a hacer
una jugada sencillísima, el otro jugador le dice:
“Te apuesto un peso a que no la haces”.Todos se ríen. Él se ríe. Hace el juego ( carambola) y no acierta. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla.El contesta:“Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo”.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde
está con su mamá y algunos parientes. Feliz con su peso,dice:“Le gané este
peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto”.
-¿Y por qué es un tonto? Hombre, porque no pudo hacer una carambola
sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea
de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre:
“No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen”.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:”Véndame una libra de carne .En el momento que se la están cortando, ella agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a
pasar y lo mejor es estar preparado”.El carnicero entrega su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:”Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:”Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras”.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.”Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor”. “Sí, pero no tanto calor como ahora”. dice otro.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre
la voz:”Hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. Otro agrega, “Pero señores, siempre han habido pajaritos que bajan”.
“Sí, pero nunca a esta hora”, menciona otra persona.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos
están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.”Yo sí soy muy macho”, grita uno , quien luego afirma irse del pueblo.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y
cruza la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el
momento en que dicen:”Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos”.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los
animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
“Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa” y
entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y
en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que
tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y
tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y
ella les responde:”No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas
que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a hacer
una jugada sencillísima, el otro jugador le dice:
“Te apuesto un peso a que no la haces”.Todos se ríen. Él se ríe. Hace el juego ( carambola) y no acierta. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla.El contesta:“Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo”.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde
está con su mamá y algunos parientes. Feliz con su peso,dice:“Le gané este
peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto”.
-¿Y por qué es un tonto? Hombre, porque no pudo hacer una carambola
sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea
de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre:
“No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen”.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:”Véndame una libra de carne .En el momento que se la están cortando, ella agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a
pasar y lo mejor es estar preparado”.El carnicero entrega su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:”Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:”Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras”.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.”Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor”. “Sí, pero no tanto calor como ahora”. dice otro.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre
la voz:”Hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. Otro agrega, “Pero señores, siempre han habido pajaritos que bajan”.
“Sí, pero nunca a esta hora”, menciona otra persona.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos
están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.”Yo sí soy muy macho”, grita uno , quien luego afirma irse del pueblo.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y
cruza la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el
momento en que dicen:”Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos”.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los
animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
“Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa” y
entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y
en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
LA HISTORIA DEL LAPIZ de Paulo Coelho
El niño miraba a su abuela que le escribía una carta. En determinado momento preguntó:
- Estás escribiendo una historia que nos sucedió a nosotros?..y es, por casualidad, una historia sobre mí ?
La abuela dejó de escribir, sonrió y comentó al nieto:
- Estoy escribiendo sobre ti ,es verdad. Ahora bien, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueras como él, cuando crezcas.
El niño miró el lápiz intrigado y no vio nada especial.
- Pero si es un lápiz igual a todos los lápices que he visto en mi vida !
- Todo depende de cómo mires las cosas. Hay cinco cualidades en él que, si consigues conservarlas, te harán siempre una persona en paz con el mundo.
- Primera cualidad: puedes hacer grandes cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y este debe conducirte siempre en la dirección de su voluntad.
- Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el saca puntas. Con eso el lápiz sufre un poco, pero al final está más afilado. Por tanto ,has de saber soportar algunos dolores, porque te harán una persona mejor.
- Tercera cualidad: el lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
- Cuarta cualidad: lo que realmente importa en el lápiz no es la madera, ni su forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto cuida siempre lo que ocurre dentro de ti.
Por último, la quinta cualidad del lápiz es: siempre deja una marca. Del mismo modo, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y procura ser consciente de todas tus acciones.
- Estás escribiendo una historia que nos sucedió a nosotros?..y es, por casualidad, una historia sobre mí ?
La abuela dejó de escribir, sonrió y comentó al nieto:
- Estoy escribiendo sobre ti ,es verdad. Ahora bien, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueras como él, cuando crezcas.
El niño miró el lápiz intrigado y no vio nada especial.
- Pero si es un lápiz igual a todos los lápices que he visto en mi vida !
- Todo depende de cómo mires las cosas. Hay cinco cualidades en él que, si consigues conservarlas, te harán siempre una persona en paz con el mundo.
- Primera cualidad: puedes hacer grandes cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y este debe conducirte siempre en la dirección de su voluntad.
- Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el saca puntas. Con eso el lápiz sufre un poco, pero al final está más afilado. Por tanto ,has de saber soportar algunos dolores, porque te harán una persona mejor.
- Tercera cualidad: el lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
- Cuarta cualidad: lo que realmente importa en el lápiz no es la madera, ni su forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto cuida siempre lo que ocurre dentro de ti.
Por último, la quinta cualidad del lápiz es: siempre deja una marca. Del mismo modo, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y procura ser consciente de todas tus acciones.
BIENVENIDOS
En este blog vamos a publicar ejercicios y textos de utilidad para las personas que tratan de consolidar el aprendizaje del idioma de Cervantes.
Cualquier consulta adicional pueden escribir a mi e-mail info@peruspanish.us
Saludos,
Luis
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