Sunday, October 10, 2010

Dos jóvenes aventureros perdidos en los Alpes

Gabriel García Márquez

Una tempestad polémica hace temblar la prensa europea. Sus bases pueden sintetizarse en dos puntos:
1) ¿Cuánto cuestan dos hombres?
2) ¿Es justo arriesgar la vida de treinta individuos para tratar de salvar a dos?

Hasta hace un mes, los dos muchachos que han dado ocasión a la polémica eran modestos estudiantes en París y Bruselas. El mayor se llama Jean Vincendon, de 24 años, francés y vivía con sus padres en un apartamento del distrito XI de París. El otro se llama Francis Hanri, de 23, vecino de Bruselas. El 20 de diciembre, esos dos muchachos con una cierta experiencia y una desmedida aspiración de alpinistas, se fueron a Chamonix para intentar una temeraria aventura: escalar el Monte Blanco por la ruta más difícil.
Hace ahora casi un mes que partieron y aún se encuentran allá, a 400 metros de altura, con 35 grados bajo cero, sin alimentos ni calefacción, congelados en la cabina de un helicóptero destrozado. Nadie sabe si están vivos o muertos. Pero ante la suposición bien fundada de que estén muertos y la evidencia de que sería preciso arriesgar treinta hombres para comprobarlo, se ha desistido de las operaciones de rescate.
Hasta el momento en que se hizo la última tentativa -el jueves 3 de enero- las labores de rescate habían costado casi 400.000.000 francos, incluidos los 120.000.000 de un helicóptero que se destrozó contra la montaña. Un periódico se ha preguntado: "¿Es justo gastar tantos millones para salvar dos locos mientras tanta gente padece hambre y miseria?". Y el mismo periódico se ha respondido: "Mientras existan locos capaces de arriesgar su vida gratuitamente, debe haber otros suficientemente locos para arriesgar la suya tratando de salvarlos.
La opinión pública tiene los pelos de punta, pero la conciencia oficial está tranquila, pues los padres de las víctimas manifestaron el jueves: "Nosotros sabemos que todo ha sido intentado por salvar a nuestros muchachos. Sabemos que todo se ha perdido y suplicamos no arriesgar la vida de más hombres". Pero la polémica continúa y el público se pregunta si, a pesar de la tempestad, el hambre y el frío, Vincendon y Henri están vivos, esperando, confiados en la caridad cristiana.

Dos puntos negros en la nieve

Este drama terrible comenzó el 23 de diciembre a las dos de la madrugada. Alguien se presentó a esa hora a la oficina de la escuela de ski de Chamonix, a decir que había dos muchachos en peligro en la falda del Monte Blanco. Nada podía hacerse: una tempestad de nieve azotaba la región. Era miércoles. El jueves por la tarde cesó la tempestad y un despacho trasmitido por radio desde un puesto de observación avanzado, anunció: "Hay dos puntos negros a 200 metros bajo la cima del Monte Blanco". En ese instante Vincendon y Henri tenían cuatro días de estar perdidos, y helados y sin recursos en el infierno de hielo.
Los aviones y helicópteros no pudieron localizar hasta el viernes los dos puntos negros. Entonces comprobaron que esos dos puntos negros estaban vivos, pero en uno de los sitios más peligrosos de la tierra: bajo una gigantesca muralla de hielo que amenazaba con desprenderse. Un helicóptero lanzó víveres junto con una corriente de polvo rojo que indicó a los dos alpinistas el camino de la salvación. Sin embargo, al día siguiente –sábado- ¬otro helicóptero los vio exactamente en el mismo sitio. Uno de ellos, aparentemente Henri, yacía inmóvil en la nieve. Pero no estaba muerto, porque el otro trataba de reanimarlo. Dos cosas podían ocurrir: o bien estaban congelados, imposibilitados para moverse, o bien estaban ciegos a causa de la nieve. Ambas cosas a la vez eran igualmente posibles.
El jefe de la Escuela de Altas Montañas, señor Le Gall, se hizo cargo personalmente de las operaciones. El ministro del Aire Francés, señor Henri Laforest, se trasladó a Chamonix. Pero sus hombres fueron eclipsados por la estrella del drama: el famoso alpinista Lionel Terray, vencedor del Anapurma de la expedición de Herzoc, vencedor del Friz Roy y del llamado "pico imposible", en los Andes. Con un admirable sentido de la solidaridad deportiva, este alegre Tarzán de las alturas organizó por su cuenta una expedición y se dispuso a desafiar el Monte Blanco. Era viernes. Por razones administrativas la expedición no pudo partir hasta el lunes. Esa tarde, un helicóptero volvió a ver a los alpinistas perdidos y regresó con una noticia que parecía un milagro: después de 10 días sin recursos, a 35 bajo cero, azotados por una tempestad implacable, los dos muchachos estaban vivos. Su prodigiosa resistencia había superado todos los cálculos.

¡Catástrofe!

El 31 de diciembre -mientras el mundo se preparaba para recibir el Año Nuevo- fue un lunes despejado, claro y tibio, en Chamonix. Esa circunstancia permitió proyectar una tentativa arriesgada. Un helicóptero perfectamente equipado se proponía llevar a cabo una operación precisa: aterrizar, con drogas, alimentos y los dos guías mejor calificados del país, en el sitio donde se encontraban Henri y Vincendon. Europa siguió minuto a minuto, a través de la radio y la prensa, las peripecias de esa tentativa. Mil personas vieron decolar al helicóptero "55", piloteado por el comandante Santini . A bordo, los dos guías que mejor conocen el Monte Blanco: Charles Germain y Honoré Bonnet. Un helicóptero de observación, conducido por el coronel Nalet, lo siguió a corta distancia.
Eran las 12 del día cuando decolaron. Setenta y dos minutos después el coronel Nalet regresó a su base, atribulado, con una noticia tremenda: el helicóptero "55"
se destrozó en las faldas del Monte Blanco.Ahora no eran dos, eran seis hombres a rescatar, pues los cuatro que viajaban en el helicóptero estaban sanos y salvos. Más aún: habían logrado aterrizar junto a Henri y Vincendon, quienes -después de doce días sin recursos, helados, a 35 bajo cero- estaban perfectamente vivos. Mucha nieve, producida por las aspas del helicóptero "55", había destrozado la nave contra la falda de la montaña.
En ese momento, la expedición terrestre de Terray había ganado suficiente terreno para llegar al lugar de la catástrofe en las próximas veinticuatro horas. Pero en el vuelo de regreso a su base, atolondrado, el coronel Nalet les gritó desde el helicóptero:-Catastrophe, ils sont tombés.
Ese grito, en francés, es una muy vaga manera de decir que un helicóptero se había destrozado. Pero es también una muy vaga manera de decir que Henri y Vincendon estaban muertos. Terray -que no tenía noticias de la expedición aérea- interpretó el grito de otro modo: "Catástrofe, los dos muchachos están muertos". Entonces dio media vuelta y regresó a Chamonix. Esa noche, dispersos en los tremendos caminos del Monte Blanco, 16 hombres saludaron el año de gracia de 1957 a 4.000 metros sobre el nivel de sus hogares.

Europa tembló por ellos

El día del Año Nuevo despertó con una noticia que habría de encender la polémica: los cuatro hombres caídos en el helicóptero tenían derecho a ser rescatados antes que Henri y Vincendon. Las cosas se plantearon de este modo: los dos muchachos habían cometido una imprudencia. Una imprudencia que ya era demasiado costosa en dinero para que lo fuera además en vidas humanas. Se consideró de una justicia elemental rescatar a quienes habían arriesgado sus vidas para salvar la de dos aventureros. Una pregunta circuló ese día: "¿Es necesario arriesgar la vida de muchos hombres para rescatar a dos muchachos que iniciaron esta aventura por su propia cuenta, conociendo los riesgos y contra todas las advertencias del peligro?".
Un periódico respondió: "El deporte no es solamente un ejercicio de los músculos. Es también la escuela del coraje y de la audacia. Un gran país tiene necesidad de una juventud que sepa correr grandes riesgos. No correr en su socorro es condenar sus aspiraciones". Fue un argumento acogido por la mayoría de la prensa, la más fuerte y la más seria.
Sin embargo, la determinación estaba tomada: los últimos serían los primeros. Además, lo más grave: el piloto Santini y el ayudante Bland no estaban preparados para sobrevivir en las alturas. Estaban simplemente equipados con sus ligeros trajes de mecánicos.
Curiosamente, arriba en el Monte Blanco, los dos guías pensaban lo mismo que en ese momento se pensaba en Chamonix: los últimos serán los primeros. He aquí lo que ocurrió, relatado por el guía Bonnet: "Desde el momento en que aterrizamos tuvimos el temor de que nuestro helicóptero explotara. El aparato se había averiado. Abandonamos la nave, nos dirigimos donde Henry y Vincendon, y constatamos que sus miembros estaban congelados y no podían moverse.
Los transportamos hasta la cabina del helicóptero. Comprobamos que el material lanzado en paracaídas no había podido ser utilizado por ellos, pues, helados como estaban, no podían servirse de sus manos. Sus dedos estaban tan congelados que ni siquiera pudieron accionar el calentador de gas que habían recibido".
En esas circunstancias, con el comandante Santini progresivamente congelado y el ayudante Bland herido, los dos guías iniciaron el descenso. Henri y Vincendon quedaron con la cabina del helicóptero, confiados en la promesa de que regresarían a buscarlos. Tenían trece días de perdidos y estaban vivos.
Dos días después, las expediciones terrestres organizadas para rescatar los tripulantes del helicóptero los encontraron en las cercanías el refugio Vallot. Se encontraban en condiciones terribles, pero sanos y salvos. Sólo el ayudante Bland necesitaba cuidados de emergencia. En un principio se temió que fuera preciso amputarle una mano, pero ese peligro ha desaparecido.
Europa sabía entonces que Henri y Vincendon habían sido abandonados y los periódicos se encarnizaron en la polémica. Triste, extenuado, el gigantesco Lionel Terray manifestó, a su regreso a Chamonix: "Yo insisto. Yo conozco muy bien el camino del refugio Vallot al Monte Blanco. Denme diez hombres y yo arrastro a Henri y Vincendon".
Pero esos diez hombres no aparecieron por ninguna parte. El comandante Le Gall, director de las operaciones, declaró : "Después de haber interrogado a los dos guías que vieron a Henri y Vincendon , estoy convencido de que los dos alpinistas, profundamente congelados de piernas y brazos, no pudieron resistir a la tempestad de anoche y al frío de menos 36 grados que se registró a 4.000 metros de altura. Responsable de la organización de las actividades de rescate, he tomado la determinación de no exponer a la muerte, a 30 expedicionarios". Ese fue el punto final. La próxima diligencia fue fijada para la última semana de la primavera, dentro de tres meses: entonces se organizará una comisión para rescatar los dos cuerpos y darles cristiana sepultura.