Thursday, November 25, 2010

El testigo

ALFONSO HERNÁNDEZ CATÁ (Cubano)

Aquel peligro con que había jugado noches y noches, hasta aclimatarse a él y casi
olvidarlo, sobrevino al fin. Apenas oyó las llamadas al sereno, en la calle, tuvo el presentimiento de que su marido venía a sorprenderla; y sólo entonces su conciencia, adormecida durante tantos días entre los avatares del pecado, dio un salto en el alma; un salto espiritual casi tan grande como el físico de su amante, que había comenzado a vestirse, apresurado y trémulo.
Repentino instinto les hizo comprender los inconvenientes de aquel descenso
peligroso y sobre todo escandaloso a través del balcón, proyectado desde el principio de
sus relaciones, y la ventaja de sustituirlo por otro plan más factible. Sí, era mejor. Con
esa fe irreverente de algunas mujeres, invocó a su Virgen venerada.
No te asuste; aun tiene que subir y que abrir la puerta... Mira, en vez de saltar por
aquí, es mejor que tomes tus cosas todo y esperes en el cuarto del niño, allí no ha de entrar él. Vendrá directamente aquí, y mientras que yo lo entretengo, tú escapas sin hacer
ruido y te vas.
Salieron en puntillas de la alcoba y entraron en el cuarto del niño, que estaba próximo a la puerta de la calle. La luz de la lamparilla iluminó sobre una pared dos
siluetas, y ella, mientras escondía al amante bajo la cortina , miró la cara de su hijito y tuvo la momentánea ilusión de verlo parpadear. Pero no, el nene dormía sosegadamente: basta oír su respiración apacible. La cobardía del hombre la había contagiado.
En seguida volvió a la alcoba, borró en la cama y en las almohadas las huellas del
cómplice, y se estuvo quieta. Ya la llave giraba con ruido mal evitado en la
cerradura. ¡Su pobre marido era torpe para disimular hasta cuando pretendía
sorprenderla!
También por primera vez aquella idea de superioridad sobre su marido le produjo
ternura. Estaba segura de poder engañarle, estaba cierta de que al llegar delante de ella
y no encontrar un hombre a su lado, se excusaría torpemente, arrepentido,convencido... Y esta inferioridad le hizo sentir toda la vergüenza de su culpa.
Pensó en la estupidez de su falta, en el hijito idolatrado que iba a escudar con su
inocencia a quien, por sensual capricho nada más, había hecho ser mala a su madre,
comparó al marido con el egoísta que antes sus proposiciones de salvarlo y de quedar
sola, expuesta a la venganza, no tuvo ni una sola protesta.
Ya se percibía por las rendijas de la puerta el resplandor de la luz; ya los pasos
habían dejado detrás el cuarto del niño... Y de súbito la puerta de la alcoba se abrió con
violencia. Ella fingió despertar cuanto vio el rostro del marido , comprendió que estaba salvada. Apenas se cruzaron las primeras palabras pareció él el culpable.
Con conmovedora sorpresa trataba de justificar su regreso del club a hora
extemporánea: “Me encontraba mal... y casi no cené. Al abrir la puerta me pareció oír
ruido, y por eso saqué el revólver. Perdóname el susto... No, no te molestes en hacerme
nada para comer... me voy a acostar”.
Mientras se desnudaba, ella no dejó de hablar, fingiendo haber creído todos los pretextos. Hablaba esforzando un poco la voz. De pronto oyó o adivinó que la puerta de la calle se cerraba con sigilo, y le dijo a su marido con esa imprudencia hija del triunfo. :¿Ese es el ruido que sentiste antes? Debe de ser alguna ventana abierta. Ve a ver.
Él tuvo un movimiento hacia la puerta, y luego, encogiéndose de hombros dijo:
No, no. Hazme sitio... ¡Tengo un cansancio! ..¿No quieres que hablemos un rato?
- No, no... Hasta mañana, dijo él.
Pasó largo tiempo. A pesar de la oscuridad y de la quietud, ella comprendió que
estaba despierto. Algo eléctrico y febril hacía vibrar los cuerpos al menor contacto. De
pronto, él le dijo con voz violenta y conmovida:Oye, yo no quiero vigilarte nunca ni hacer caso de anónimos ni habladurías. Necesito tener confianza en ti... Pero si algún día me eres infiel, te mato.
Y cuando ella, sintiendo en el alma y en la carne la verdad de aquella amenaza, iba a
incorporarse para responder, él le puso la diestra callosa sobre la boca,impidiéndole hablar.
“No me contestes nada, es mejor. Ya está dicho”.Luego la abrazó como en aquellos primeros tiempos del matrimonio; y mientras ella se abandonaba pesarosa y feliz a las caricias, la incertidumbre llenaba su mente.
No era miedo al marido,pero ahora ella preferiría morir a faltarle de nuevo: Ya conocía el gusto agrio del pecado, ya sabía lo que era ser infiel... Lo había sido por malsana curiosidad, sin causa, casi sin goce... Ningún hombre podía valer más que el suyo. Porque en todas las cosas de la vida debía haber siempre ricos y pobres y, si él era un poco brusco, la quería, y sobre todo era el padre de su hijo idolatrado.
Otra vez, de pronto, él preguntó:¿En qué piensas?. Ella le contestó¡En ti, en ti, en ti!
La sinceridad y la vehemencia del tono lo convencieron. La volvió a acariciar,la besó y todo fue como hace muchos años. Y al día siguiente, contra la costumbre, se levantaron tarde.
Toda la mañana ella estuvo aturdida. Hasta la criada se lo notó.Al mediodía se le ocurrió obsequiar a su marido uno de sus platos predilectos, y guisó con esmero, con entusiasmo. Luego mandó a comprar flores y adornó la mesa.
Estaba saturada de alegría, como una persona que creyéndose irremediablemente
perdida encuentra de pronto el camino. Como si se acabara de casar, como si tuviera otra vez toda la vida por delante, como si hubiera pasado una enfermedad grave y renaciera en primavera... La monotonía de diez años de matrimonio se había desvanecido. Y al mediodía sintió aquella feliz impaciencia que al comienzo del matrimonio le producía la menor tardanza del esposo, y se asomó al balcón para esperarlo.
Al fin lo vio: venía allá por el final de la calle, con el niño, a quien todos los días iba a
recoger al colegio. Una ola de ternura le subió a los ojos. ¡Ya su hijito era casi un hombre! Bastaba mirar su aire serio, el esmero con que traía el portalibros, su aspecto ponderado.¡Pocos niños de nueve años son tan reflexivos, tan formales! ¿Cómo pudo ella manchar ni siquiera en sueños aquella infancia? ¡No merecía volver a ser dichosa después de...! Pero su nueva vida rescataría la mala, la anterior...
Los vio entrar, fue a abrirles la puerta, y los besó a los dos emocionadamente. Después, en la mesa, hubo de hacer esfuerzos para disimular que estaba alterada.Hubiera querido poder gritar: "Voy a ser buena". Hubiera querido arrodillarse, confesar su maldad y pedir perdón a todas las cosas profanadas: a las ropas íntimas, a los muebles, a aquella cama, sobre todo.
A los postres dio de su plato una cucharadita al niño y otra al marido... Sí, no bastaba
ser buena: además, sería mimosa en adelante, porque los mimos contrarrestan el frío
de la costumbre. Constituía una vergüenza la mancha que llevaba él en la solapa... Esa
mancha, como la otra, la horrible, serían las últimas.
Por la tarde salió decidida a ver al "otro" y a romper de una vez. Tenía cita con él en
un parque lejano; pero, no queriendo hablarle para evitar complicaciones , escribió una carta seca, irrevocable. Cada vez que recordaba su egoísmo y su miedo ridículo ante la posibilidad de la sorpresa, sentía hasta rubor.
Y se vio con ese ser que por poco tuerce para siempre su vida? Ahora su cólera era contra sí misma y se acusaba de ciega, de viciosa, de necia... Cuando estuvo junto a él le dijo, dándole la carta: “Toma, toma y vete... Creo que me siguen”.
El balbuceó, nervioso, casi al mismo tiempo le dijo: “Estaba intranquilo por ti. ¿Te ha dicho algo tu hijito? Es monísimo. Anoche, en cuanto saliste, abrió los ojos y me habló. Debe haberme visto ya otras noches cuando no gritó y se dio cuenta... El mismo cerró la puerta del pasillo para que no me oyeran salir”.
Varias personas se aproximaban y el hombre, separándose, siguió a paso largo por la
avenida. Ella hubiera querido detenerlo, gritar, pedirle detalles, pero durante largos minutos estuvo sin movimiento y sin voz, con las ideas dispersas, igual que si aquellas
palabras que acababa de oír .
En su rostro se reflejó la angustia. Inconscientemente anduvo sin rumbo más de dos horas, pasando y repasando por los mismos sitios. El frío de la tarde le restituyó la lucidez, y una idea única se hizo luminosa en su cerebro, lo llenó todo y calcinó su alma: ¡El niño lo sabía!Ya no era posible aquella vida de ventura y de bien que soñaba para su nueva vida.
¿Cómo habría sido? ¿Qué palabras a la vez atroces e ingenuas se habrían cruzado entre aquel maldito hombre y su hijito? ¿Podría el niño haberse dado cuenta de todo, "de todo?" ¡Si fuera posible engañarlo!.. Pero no, ahora recordaba el aire sombrío del niño desde hacía algún tiempo, y, relacionándolo con la precocidad de la criatura, comprendió que ninguna esperanza era posible.
El mismo hecho de que el niño no le dijo ni una palabra, ni una alusión, confirmaba su certidumbre. Aquella inteligencia precoz de que ella con orgullo de madre se había
tantas veces ufanado del pequeño, había servido a su hijo para descubrir la infidelidad de su madre y eso le dolía hasta lo más profundo de su alma.
Hubiera preferido mil veces que la noche antes la hubiera sorprendido el esposo y
dado la merecida muerte. Dios podía perdonarle la traición al hombre, pero no la traición al niño, porque un hombre puede insultar, puede vengarse, mientras que un niño es una pureza indefensa... Imaginaba el doloroso esfuerzo del nene para sobrellevar en silencio el descubrimiento de que tenía una mala madre. ¿Por qué había hecho ella eso? ¿Cómo iba a resistir ahora toda la vida aquella mirada de reproche? ¿Con qué autoridad iba a pretender inculcar en el alma infantil normas de rectitud? No, sería imposible, imposible.
Pasó muchas horas caminando,recordó que era la hora de la cena y ella no estaba en casa y buscó a su salida para que su marido le creyera.Pero en seguida se pintó en su cerebro la mirada con que la vería su hijo: Mirada triste, mirada que querría decir: "A mí no puedes engañarme: yo sé de dónde vienes, mamá... Pero no, tú no eres mi madre de antes: me has amargado con el vicio lo que con las entrañas me diste. Te debo este dolor que me obligará a entrar derrotado en la vida. Estamos iguales: si tú me diste la existencia, yo te la conservo guardando silencio a tu infidelidad".
¡Ella tendría que leer todo eso en los dulces ojos infantiles!... Y eso no sería sólo una
vez, sino cada día que saliese, todos los días, siempre...El tiempo pasaba. En la casa, bajo la luz tranquila de la lámpara, el padre consultaba de rato en rato el reloj, taconeando de impaciencia, sin comprender, y el niño, para rehuir sus miradas, cruzó los brazos sobre el mantel, apoyó la cabeza y fingió dormir. La única que por fin logró descansar en aquella noche terrible, fue ella.
Los periódicos de la mañana anunciaron en pocas líneas que una mujer había
aparecido ahogada en el estanque del parque. No pudo saberse si fue suicido o accidente. Los periodistas husmearon la pista del hecho, pero desistieron por faltas de datos.. A los dos días otros dramas solicitaron la atención del público y sólo recordaron el hecho un niño, dos hombres y algunos allegados que fueron poco a poco olvidando.