Tuesday, April 27, 2010

COLORINA

Mabel Laferte

Vivir la agonía de no saber si se es querida es más difícil que estar desempleada a los veinticinco años. Nos conocimos por Internet. No acostumbraba a chatear, siempre había tenido la idea de que buscar pareja por Internet sería una estrategia patética y humillante, ¿cómo tan poca capacidad de conquista?. En fin, daba lo mismo, para el caso daba lo mismo. Ingresé a una sala de mi país con un “Nick name” que resultó ser muy atrayente: Colorina. Ese había sido mi apodo desde pequeña, nací con el color de pelo más codiciado entre las mujeres.
A mí me daba lo mismo. Apenas comenzaba a enviar mensajes para poder enganchar con alguien, de pronto apareció una ventana de sub-programa en mi pantalla: “ ‘Simplemente yo’ quiere tener una conversación privada con usted”, me decidí y le contesté el hola inicial. Su primera pregunta fue: ¿eres colorina de verdad o teñida?- pregunta que había tenido que responder durante años-sí – contesté. Fue entonces cuando ‘simplemente yo’ (el nickname más egocéntrico que he conocido en mi vida de cibernauta) me declaró que tenía una debilidad por las colorinas- cosa que había escuchado antes-empezamos a tener una conversación larga y entretenida, fue un enganche instantáneo y desconcertante, ninguno de los dos quería terminar la charla.
Nos dimos cuenta de que habíamos estado durante tres horas contándonos cosas personales y no tanto, nos agregamos los correos y quedamos en escribirnos para juntarnos alguna vez, lo más pronto posible. Pero había un detalle: Fotos. Le envié una que tenía escaneada enseguida. Me pasé toda la noche idealizándome a ‘simplemente yo’, que a propósito se llamaba Roberto, de signo Escorpión y 28 años, casi perfecto; digo casi por que aun no conocía su fisonomía.

Estudiaba algo interesante, era un tipo bueno, de los que cuesta mucho encontrar. Al día siguiente recibí un mail de Roberto, Asunto: Fotos. Al abrir el correo me puse muy ansiosa y nerviosa, no sabía lo que me esperaba: un orejón con verrugas en la nariz o un tipo bien parecido... a un monstruo y en el peor de los casos, un chico de aspecto agradable. Nunca me han gustado los hombres guapos, por lo menos no para relaciones serias y ahora en mi mente quedaba espacio solo para algo así. Me dispuse a ‘descargar archivo adjunto’ y al aparecer en la pantalla de mi PC la hoja de Word en las que venían pegadas las dos fotografías respiré profundamente y boté el aire inhalado para aliviar mi preocupación: Era guapo según mi gusto físico de un prototipo masculino de su edad.
No era el clon de Antonio Banderas, pero era guapo. Leí entonces lo que me había escrito en el correo, decía que yo era muy bella pero la foto no era de tan buena calidad, así que ahora ansiaba aún más conocerme en persona. Justo en esos días pasaba yo por un momento de baja autoestima y me andaba encontrando algo pasada de peso, bueno, luego de tener un hijo cualquiera que no disponga de dinero para gimnasios y personal training, queda un poco más gruesa de como a los dieciséis.
En fin, la idea era juntarnos en el Barrio Brasil, lugar santiaguino repleto de bares y lugares especiales para primeras citas con un desconocido: harta gente, carabineros por todos lados y una plaza por si acaso nos poníamos románticos. Mi madre me decía que tuviera cuidado ya que podía ser un violador o algo peor. Nunca escucho los consejos de mi mamá, nunca tiene razón. Al llegar el día del encuentro, estaba muy preocupada por gustarle, por no ponerme nerviosa ni hacer algo que pudiera estropear la cita.
Nunca había tenido una cita casi a ciegas. Llegué al lugar del encuentro como con treinta minutos de adelanto, esperé pacientemente y justo a las 19:30 apareció delante de mí aquel tipo alto y bien vestido. Nos saludamos nerviosos los dos, me invitó a tomar unas cervezas y conversamos hasta que me dio el primer beso. Mal beso. El segundo fue un poco mejor. Él estaba maravillado con mi presencia, se podía apreciar que detrás de su nickname ególatra escondía a un joven cariñoso y muy sensible (especie difícil de encontrar hoy en día), capaz de valorar mi sensibilidad; me hizo sentir lo más bello aquella tarde que luego pasó a ser noche.
“Mi niña colorina”, me decía acariciando mi cabello. Nos internamos en un ambiente romántico lleno de halagos y bonitas frases, yo lo encontraba demasiado bueno para ser verdad y él a mí, mejor que la foto de mala calidad que le había enviado. Reímos, nos besamos... pero no apasionadamente como me gusta a mí. Comprendí entonces que tal vez no éramos el uno para el otro. Soy una mujer a la que le gusta encender y ser encendida. Nunca lo entendió en aquella cita. Nos hablamos otras veces luego de aquel día, nunca entendí lo que Roberto quería, nunca entendió lo que yo quería: tan solo sentirme como el día del chat o en aquella cita... pero todos los días de mi vida.

Saturday, April 17, 2010

En la peluquería

Llegó a la peluquería como todos los martes, a las 10 de la mañana.
El chofer sabía que debía esperarla 30 minutos y si ella no volvía a salir, regresaría a la casa a esperar su llamada, indicándole dónde debía ir a buscarla.
Sólo dos de sus amigas habían llegado antes, y ya estaban cómodamente sentadas, conversando y tomando un café. Las demás llegarían un poco más tarde, pero raramente faltaban a la cita semanal.
Se ubicó en el sillón habitual, pidió un té con edulcorante y comenzó a recorrer el salón con la mirada.

De pronto, sus ojos se detuvieron en una imagen. El joven estaba de pie en el fondo del salón, y su rostro se multiplicaba en los cientos de espejos que cubrían las paredes.
- Es Pablo, el nuevo asistente. Le informó la joven que traía los pedidos del bar, al advertir la pregunta en su mirada.

Pablo, siempre le había gustado ese nombre.

El muchacho estaba ocupado ordenando unas tijeras, concentrado, aparentemente ajeno a las emociones que provocaba en las clientas con su espalda ancha y la melena rubia, cayendo en mechones desordenados sobre la frente bronceada.

A su alrededor, sus amigas seguían hablando, contándose los últimos escándalos de la temporada: un divorcio, un casamiento y dos nuevos amantes eran el resumen de las tres primeras semanas del año. Ella sólo asentía, sin hablar, pero sus ojos continuaban fijos en el espejo, mejor dicho, en la imagen reflejada en el espejo.

Ahora él estaba junto a una de las peinadoras, recibiendo instrucciones. Sus manos se movían un poco torpes, entre peines y ruleros, y sonreía con ese aire confiado que tienen los jóvenes al saberse atractivos.

En ese momento cerró los ojos y se transportó en el espacio y el tiempo. Volvía a ser una muchacha enamorada, corriendo por la playa de la mano de su amante. El reía y la abrazaba. Las imágenes se mezclaban en su mente y de pronto aparecía esta otra melena rubia cayendo en mechones desordenados sobre la frente…

La despertó la presión de unos dedos firmes en su cabeza, abrió los ojos y lo vio allí, parado detrás de ella, listo para comenzar la rutina : lavado, crema y masajes capilares.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y volvió a cerrar los ojos, disfrutando del contacto de esas manos fuertes y suaves al mismo tiempo, imaginando caricias en lo que sólo eran movimientos de rutina, mientras el muchacho frotaba shampoo en su cabello.
El estaba contándole que había llegado a la ciudad hacía dos meses, buscando trabajo, y que decidió aprender peluquería para tener un oficio y conocer gente.
- Usted sabe, es el trabajo ideal para alguien como yo. Le dijo con una sonrisa cómplice.

Ella sólo escuchaba, relajada, mientras un ligero cosquilleo recorría su cuerpo, bajando por su espalda hasta la punta de los dedos. El agua tibia resbalaba por su cuello, mientras él le pasaba suavemente las manos por la frente.

¿Cuántos años tendría? No más de veinte pensó, y decidió preguntarle.
El, divertido, contestó que tenía veintitrés.
Casi la edad de su hijo, recordó, pero rechazó la idea inmediatamente. No debía pensar en eso ahora, él era diferente. Inconscientemente escondió sus manos en las amplias mangas de la bata, para disimular las huellas que delataban sus cuarenta y siete.

Ahora el muchacho estaba envolviéndole la cabeza con una toalla blanca. En ese momento abrió los ojos y vio que la miraba en el espejo. Ella le sostuvo la mirada, entre divertida y desafiante, y él sonrió tímidamente.
- Sus ojos - dijo buscando una excusa – me recuerdan a alguien que conozco.
- ¿Alguien querido? Preguntó ella, casi sin pensarlo.
- Sí, mucho. Fue la breve respuesta.

En ese momento llegó la peinadora, y él se quedó allí, parado, asistiéndola. Cada tanto lo descubría, mirándola de reojo en el espejo. Ella estaba sentada con su espalda erguida, las largas piernas cruzadas y una mano acariciándose el mentón, estudiando su rostro cuidadosamente. Aún se sentía atractiva, pero ¿ cómo la verían esos ojos tan jóvenes ?.
El volvió a mirarla, y ella no pudo evitar sonrojarse al descubrir que un botón de su blusa se había desabrochado descuidadamente. Estaba acostumbrada al juego de la seducción, “al mírame y no me toques”. Pero esta vez, esta vez era diferente, algo en su forma de mirarla, en su sonrisa, en sus manos, habían despertado en su cuerpo un ansia que creía perdida para siempre.

El resto de la semana no logró concentrarse en nada. Su esposo estaba en sus habituales viajes de negocios, y su hijo, desde que tenía nueva pareja, pasaba muy poco tiempo en la casa. Esta vez, encontró que la soledad era buena. Así podía soñar despierta, imaginando qué pasaría la próxima vez que lo viera. Estaba decidida a invitarle un café, y después, después vería. La semana se le hizo eterna. A medida que se acercaba el martes estaba cada vez más nerviosa, con las mismas cosquillas en el estómago que había sentido a los 15 años, cuando se escapaba del colegio para encontrarse con su novio, a escondidas.

El martes se levantó temprano, casi no había dormido en toda la noche. Le avisó al chofer que no sacara el auto. Había decidido ir caminando a la peluquería, eran un poco más de 15 cuadras, pero necesitaba descargar de algún modo la ansiedad que estaba acumulada en su cuerpo. Al doblar una esquina, poco antes de llegar, se encontró repentinamente con su hijo. El, un poco confundido al verla caminando por allí, la saludó con un beso y, juntando coraje, le dijo :
- Mamá, te presento a Pablo, mi pareja, él trabaja en una peluquería, acá cerca.
Liliana "La Palabra que Crea"

Thursday, April 8, 2010

Ladrón de sábado

Gabriel García Márquez


Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin
embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto,si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche.
El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir.
Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo.
Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta.
Hugo es su gran admirador y mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimar- la ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento.
Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.
A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante
atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.
En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo.
Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los
observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala.
Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza.
Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.

Monday, April 5, 2010

EL ADIOS DE LA SUEGRA

Francisco Escate ( Perú)

Raquel, me contó sobre el horrible episodio que tuvo que vivir tras el fallecimiento de su suegra.Hace ya unos años ella y su marido tuvieron que mudarse con la anciana para cuidarla debido a su avanzada edad; Raquel y ella nunca se habian llevado bien del todo pero el vivir juntas se volvió insoportable, la anciana criticaba cada cosa que Raquel hacía o dejaba de hacer; La forma en que vestía, como se peinaba, como limpiaba, si hablaba esto o aquello...todo. La anciana al parecer disfrutaba persiguiendo y martirizando a Raquel a cada instante, hasta el punto en que mi amiga empezó a desear de una vez por todas que su suegra salga de sus vidas.

Y la vieja se murió, fue una conmoción para toda la familia, el esposo de Raquel se deprimió muchísimo, y ella, a pesar de su natural alivio, tuvo que hacerse cargo de las pompas fúnebres; aunque en realidad, muy en el fondo, Raquel se sentía mal porque nunca pudo llevarse bien con la anciana.

Como dos semanas después del velorio comenzaron a pasar extrañas cosas en la casa, Raquel sentía la presencia de la anciana por todos lados, llegó hasta a escuchar sus pasos en las habitaciones continuas y su tos rasposa en el baño cuando no había nadie más que ella misma en toda la casa. Una noche, mientras dormía, Raquel sintió la mirada de alguien al pie de la cama, de pronto sintió una gran presión sobre todo su cuerpo que no la dejaba mover ni un músculo, y sobre su cabeza sintió la huesuda mano de su suegra acariciando su cabello. Raquel quería gritar pero su voz no salía, quería girar la cabeza para ver a su esposo pero todo su cuerpo estaba inerte bajo una sombra negra que no podía ser otra más que la de la anciana, hasta que al fin la sombra desapareció.

Esto pasó una y otra vez durante semanas, cada dos o tres noches, Raquel sufría esta horrible experiencia, y no sabía si era real o solo una pesadilla, ¿Su suegra venía justo a ella y acariciaba su cabello? su esposo no le creía, y nadie podía ayudarla, hasta que alguien le aconsejó que lo que tenía que hacer era relajarse y enfrentar a su suegra, si se relajaba lo suficiente podría moverse y averiguar porqué había vuelto, qué quería decirle.

Al principio Raquel pensó que sería imposible, sin embargo decidió intentarlo para volver a conciliar el sueño, Así cuando esa noche Raquel sintió esa gran presión sobre su cuerpo, en vez de desesperarse relajó sus músculos y su respiración, abrió los ojos y vio la oscura sombra de su suegra sobre ella acariciando su cabello y presionando todo su cuerpo... Raquel, presa del miedo pero decidida, abrió los labios y susurró lo más alto que pudo -¿Qué es lo que quieres decirme?-

Su suegra sin soltar su cabello acercó su espectral cara al rostro de Raquel y suavemente, susurró a su oído...
-Ese tinte no te queda...-
¡La vieja maldita había vuelto del infierno para criticarle el tinte!; Yo jamás me creí esa historia pero sé que Raquel nunca más sintió la presencia de su suegra en la casa aunque ahora usa su color natural de cabello.

Friday, April 2, 2010

Sentido pésame

Autor: Luis A. Castro, Perú

La fidelidad en el amor es el compromiso voluntario de dos personas que aceptan amarse y respetarse. Los novios prometen ser fieles, los esposos juran una fidelidad eterna. Y la fidelidad es la base de un hogar feliz.
Para ser fiel a su pareja es necesario alejarse de muchas tentaciones y tener siempre presente esa promesa de amor. Olvidarse de ese compromiso es en otras palabras ser infiel, involucrar sus sentimientos con otra pareja; optar por un deseo interno de cambio, aceptar una tentación, una curiosidad sexual que generalmente conlleva a una aventura .
Y las tentaciones siempre están cerca. En la calle, en la oficina, en el tren, en una fiesta...por donde vaya las tentaciones están ahí. Datos estadísticos confirman que los hombres en un 39 % han sido infieles alguna vez en la vida, y el 23 % de las mujeres, especialmente jóvenes han faltan a su compromiso.
La infidelidad de Carliño es un ejemplo típico. Su caso se convirtió en una noticia pintoresca que circuló en todo el mundo y fue motivo de comentarios de variada índole. Carliño, un cincuentón ejecutivo y casado por muchos años, envió a su amante una docena de flores rojas y un peluche utilizando los servicios de una compañía. El galán enamorado usó el teléfono para coordinar los detalles, gastó cien dólares y se ufanó en extremo cuando recibió un mensaje con la confirmación.
Meses más adelante llegó a casa de Carliño un documento de publicidad de la florería, ofreciendo un especial descuento del veinte por ciento al cliente preferido. Quien recibió esa publicidad fue nada menos que la esposa, que muy sorprendida decidió investigar. Las señales de alarma se encendieron.
“Flores,mi esposo nunca me ha regalado flores”, dijo socarrona María Paula que en el acto llamó por teléfono a la florería. Habló con una empleada y con absoluta naturalidad pidió detalles del servicio anterior.
- “Gracias por el descuento que nos darán en el futuro. En los siguientes días vamos a llamarlos para un nuevo servicio, pero por favor necesito una copia de la factura anterior que hemos extraviado”, expresó la esposa a la empleada de la florería.
Días después las sospechas se confirmaron .La empresa entregó la copia del recibo y adjunta una copia del texto que el marido infiel ordenó para enviar a la amante. “Quiero decirte que te amo y que significas mucho para mí”. María Paula sufrió un soponcio, se recuperó lentamente y planificó un demoledor ataque.
Con las pruebas suficientes del adulterio a la esposa no le tembló el pulso para firmar el alegato del divorcio y Carliño, que va a perder su estabilidad hogareña y algunos millones de su cuenta bancaria acaba de demandar a la florería porque supuestamente pidió un servicio con total discreción.
Pero esa privacidad que reclama no la tomó en cuenta en los días previos porque su esposa ya había evidenciado en él cambios en su deseo sexual, la renovación abrupta de su vestuario, su actitud de probarse una y otra vez prendas diferentes frente al espejo y la utilización de perfumes renovados. Estaba con aires juveniles.
Esta mañana Carliño recibió en su oficina que ahora funge de dormitorio también, unas rosas fúnebres.”Sentido pésame” reza la tarjeta que acompaña al arreglo floral. De esta forma su abogado ratifica que perdió soga y cabra.

Thursday, April 1, 2010

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Autor :Julio Cortázar

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una
cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas
muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de
rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y
pasearás contigo.
Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda
para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las
vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa.
Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.