Llegó a la peluquería como todos los martes, a las 10 de la mañana.
El chofer sabía que debía esperarla 30 minutos y si ella no volvía a salir, regresaría a la casa a esperar su llamada, indicándole dónde debía ir a buscarla.
Sólo dos de sus amigas habían llegado antes, y ya estaban cómodamente sentadas, conversando y tomando un café. Las demás llegarían un poco más tarde, pero raramente faltaban a la cita semanal.
Se ubicó en el sillón habitual, pidió un té con edulcorante y comenzó a recorrer el salón con la mirada.
De pronto, sus ojos se detuvieron en una imagen. El joven estaba de pie en el fondo del salón, y su rostro se multiplicaba en los cientos de espejos que cubrían las paredes.
- Es Pablo, el nuevo asistente. Le informó la joven que traía los pedidos del bar, al advertir la pregunta en su mirada.
Pablo, siempre le había gustado ese nombre.
El muchacho estaba ocupado ordenando unas tijeras, concentrado, aparentemente ajeno a las emociones que provocaba en las clientas con su espalda ancha y la melena rubia, cayendo en mechones desordenados sobre la frente bronceada.
A su alrededor, sus amigas seguían hablando, contándose los últimos escándalos de la temporada: un divorcio, un casamiento y dos nuevos amantes eran el resumen de las tres primeras semanas del año. Ella sólo asentía, sin hablar, pero sus ojos continuaban fijos en el espejo, mejor dicho, en la imagen reflejada en el espejo.
Ahora él estaba junto a una de las peinadoras, recibiendo instrucciones. Sus manos se movían un poco torpes, entre peines y ruleros, y sonreía con ese aire confiado que tienen los jóvenes al saberse atractivos.
En ese momento cerró los ojos y se transportó en el espacio y el tiempo. Volvía a ser una muchacha enamorada, corriendo por la playa de la mano de su amante. El reía y la abrazaba. Las imágenes se mezclaban en su mente y de pronto aparecía esta otra melena rubia cayendo en mechones desordenados sobre la frente…
La despertó la presión de unos dedos firmes en su cabeza, abrió los ojos y lo vio allí, parado detrás de ella, listo para comenzar la rutina : lavado, crema y masajes capilares.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y volvió a cerrar los ojos, disfrutando del contacto de esas manos fuertes y suaves al mismo tiempo, imaginando caricias en lo que sólo eran movimientos de rutina, mientras el muchacho frotaba shampoo en su cabello.
El estaba contándole que había llegado a la ciudad hacía dos meses, buscando trabajo, y que decidió aprender peluquería para tener un oficio y conocer gente.
- Usted sabe, es el trabajo ideal para alguien como yo. Le dijo con una sonrisa cómplice.
Ella sólo escuchaba, relajada, mientras un ligero cosquilleo recorría su cuerpo, bajando por su espalda hasta la punta de los dedos. El agua tibia resbalaba por su cuello, mientras él le pasaba suavemente las manos por la frente.
¿Cuántos años tendría? No más de veinte pensó, y decidió preguntarle.
El, divertido, contestó que tenía veintitrés.
Casi la edad de su hijo, recordó, pero rechazó la idea inmediatamente. No debía pensar en eso ahora, él era diferente. Inconscientemente escondió sus manos en las amplias mangas de la bata, para disimular las huellas que delataban sus cuarenta y siete.
Ahora el muchacho estaba envolviéndole la cabeza con una toalla blanca. En ese momento abrió los ojos y vio que la miraba en el espejo. Ella le sostuvo la mirada, entre divertida y desafiante, y él sonrió tímidamente.
- Sus ojos - dijo buscando una excusa – me recuerdan a alguien que conozco.
- ¿Alguien querido? Preguntó ella, casi sin pensarlo.
- Sí, mucho. Fue la breve respuesta.
En ese momento llegó la peinadora, y él se quedó allí, parado, asistiéndola. Cada tanto lo descubría, mirándola de reojo en el espejo. Ella estaba sentada con su espalda erguida, las largas piernas cruzadas y una mano acariciándose el mentón, estudiando su rostro cuidadosamente. Aún se sentía atractiva, pero ¿ cómo la verían esos ojos tan jóvenes ?.
El volvió a mirarla, y ella no pudo evitar sonrojarse al descubrir que un botón de su blusa se había desabrochado descuidadamente. Estaba acostumbrada al juego de la seducción, “al mírame y no me toques”. Pero esta vez, esta vez era diferente, algo en su forma de mirarla, en su sonrisa, en sus manos, habían despertado en su cuerpo un ansia que creía perdida para siempre.
El resto de la semana no logró concentrarse en nada. Su esposo estaba en sus habituales viajes de negocios, y su hijo, desde que tenía nueva pareja, pasaba muy poco tiempo en la casa. Esta vez, encontró que la soledad era buena. Así podía soñar despierta, imaginando qué pasaría la próxima vez que lo viera. Estaba decidida a invitarle un café, y después, después vería. La semana se le hizo eterna. A medida que se acercaba el martes estaba cada vez más nerviosa, con las mismas cosquillas en el estómago que había sentido a los 15 años, cuando se escapaba del colegio para encontrarse con su novio, a escondidas.
El martes se levantó temprano, casi no había dormido en toda la noche. Le avisó al chofer que no sacara el auto. Había decidido ir caminando a la peluquería, eran un poco más de 15 cuadras, pero necesitaba descargar de algún modo la ansiedad que estaba acumulada en su cuerpo. Al doblar una esquina, poco antes de llegar, se encontró repentinamente con su hijo. El, un poco confundido al verla caminando por allí, la saludó con un beso y, juntando coraje, le dijo :
- Mamá, te presento a Pablo, mi pareja, él trabaja en una peluquería, acá cerca.
Liliana "La Palabra que Crea"
Saturday, April 17, 2010
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