Monday, March 22, 2010

LA PEQUEÑA FINCA Y LA VACA

Autor : Paulo Coelho

Un filósofo paseaba por el bosque con un discípulo, conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que tenemos delante nos brinda la oportunidad de aprender o de enseñar.
En ese momento, cruzaban la entrada de una finca que, a pesar de estar muy bien ubicada, tenía una apariencia miserable.
-Mire este lugar -comentó el discípulo. -Tiene usted razón: acabo de aprender que mucha gente está en el Paraíso pero no se da cuenta, y continúa viviendo en condiciones miserables.
-Dije aprender y enseñar -le explicó el maestro. -Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas.
Llamaron a la puerta, y fueron recibidos por los habitantes: un matrimonio y tres hijos, con las ropas rasgadas y sucias.
-Está usted en medio de este bosque, y no hay ningún comercio en los alrededores -le dijo el maestro al padre de familia. -¿Cómo hacen para sobrevivir aquí?
El señor, muy tranquilo, le respondió: amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto lo vendemos o lo cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimentos; con la parte que nos queda producimos queso, manteca, para consumo nuestro. Y así vamos subsistiendo.
El filósofo agradeció la información, contempló el lugar por unos momentos, y se fue. En medio del camino, le dijo al discípulo:
-Busca la vaca, llévala al precipicio allí enfrente, y arrójala al vacío.
-¡Pero es el único medio de sustento de la familia!
El filósofo permaneció callado. Al no tener otra alternativa, el joven hizo lo que se le pedía, y la vaca murió con la caída.
La escena quedó grabada en la memoria del discípulo. Después de muchos años, cuando ya era un empresario de éxito, decidió volver al mismo lugar, contarle todo a la familia, pedir perdón, y ayudarlos financieramente.
Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en un sitio bello, con árboles floridos, un auto en el garaje, y algunos niños jugando en el jardín. Sintió gran desesperación, al imaginar que la familia humilde había tenido que vender la finca para sobrevivir. Le abrieron el paso, y fue recibido por un hombre muy simpático.
-¿Qué pasó con la familia que vivía aquí hace diez años? -preguntó.
-Siguen siendo los dueños del lugar -fue la respuesta.
Sorprendido, entró corriendo a la casa, y el dueño lo reconoció. Preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba por demás ansioso por saber cómo habían conseguido mejorar la finca, y arreglárselas tan bien en la vida:
-Bueno, nosotros teníamos una vaca, pero cayó a un precipicio y murió -dijo el señor. -Entonces, para poder alimentar a mi familia, tuve que plantar hierbas y legumbres. Las plantas demoraban en crecer, así que comencé a cortar madera para vender. Al hacerlo, tuve que replantar los árboles, y me ví en la necesidad de comprar plantas.
Al comprar plantas, pensé en la ropa de mis hijos, y se me ocurrió que tal vez pudiera cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, ya estaba exportando legumbres, algodón, hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta del terreno fértil que tenía aquí: ¡ resultó bueno que la vaquita muriera!
Entonces el discípulo, ahora empresario de éxito, recordó las sabias palabras del filósofo: “Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las causas”.

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